martes, 15 de agosto de 2017

Will Johnson - Hatteras night, a good luck charm

De Will Johnson no tenía más referencias que tomó parte de Centro-matic y su colaboración como batería en el “supergrupo” Monsters of Folk  junto a Jim James, Conor Oberst, M. Ward y Mike Mogis, pero revisando su currículum sus credenciales no pueden ser mejores ya que figuran en su documentación colaboraciones con Jason Molina en un disco conjunto en 2009, con David Bazan, Vic Chesnutt y Mark Eitzel en una banda llamada Undertow Orchestra y con Jay Farrar, Jim James y Anders Parker en un proyecto relacionado con las canciones de Woody Guthrie llamado New Multitudes.

Su disco “Swan City Vampires” de 2015 me pareció magnífico así que en cuanto salió este último me hice con él sin dudarlo.

Repasándolo estos días de solaz veraniego, me atrevo a calificarlo como uno de los mejores discos que he escuchado este año. Musicalmente no parece aportar nada nuevo, música americana dirían los amantes de las etiquetas, pero para mí el disco está repleto de fluidez emocional. Y ¿qué es eso? Algo tan sencillo como que está repleto de música epidérmica, de esa que navega desde los pabellones auditivos hacia las aurículas cardíacas y finalmente asoma por las glándulas cutáneas o se empeña en contraer los músculos piloerectores de forma inexplicada, como cuando te ponen a cámara lenta unos pasos de baile o unos naturales bien sentidos y, sin necesidad de entender o siquiera de ser amante o aficionado sabes inconscientemente que estás ante algo bueno. Todo eso pasa durante la audición de este último disco de Will Johnson.

Y es que me gusta hasta el título que alude a un pequeño pueblo de Carolina del Norte y a un “amuleto de la suerte” como esos que llevo obligatoriamente en el bolsillo siempre, uno porque me lo dio mi madre, otros un amigo y otros que acumulo sin sentido alguno.

El disco es muy lineal, muy intimista, con poco ruido, de hecho, la portada ya lo anuncia con una foto de unas montañas apenas vislumbradas en el atardecer.

Comienza con una excelente balada “Childress (To Ogden)” de la que me gusta hasta que el título lleve subtítulo (o dedicatoria, aunque igual simplemente se refiere al trayecto entre dos pueblos con ese nombre). El cantante se dedica a deslizar suavemente sus versos bajo el influjo de una slide guitar y unos coros ululantes. Una canción de atardecer, de refugio en el monte y de fuego en hoguera. Está claro que quiere que escuches bien los versos porque los desgrana con lentitud y mimo.

And the dogs, they may have all the codes


“Every Single Day of Late” comienza con acordes guitarreros distorsionados y repetidos que persisten durante toda la canción, pero la voz (la voz es muy importante en todo el disco) destaca por encima, como si interpretara un discurso algo enfadado y la guitarra solo sirviera para imponer silencio mientras tanto. La canción parece que se va a elevar cuando entran las percusiones (unas congas parecen) y las guitarras toman el escenario momentáneamente, pero solo anuncian los versos finales que aparecen tras ese intermedio recomendando por duplicado: “Be brave”.

En la tercera canción (“Ruby Shameless”) el disco ya se ha apoderado totalmente del oyente, como si esas guitarras rasposas hubieran conseguido concentrarte. La canción es tan lenta como un recitado, sencilla pero bellísima en sus apenas tres minutos de duración que finalizan con un zumbido que da entrada sin interrupción a “Filled with a falcon’s dreams” enorme título que confirma la originalidad del artista en sus elecciones. Da la sensación de que no estamos ante un disco sino ante una novela con sus correspondientes capítulos, paisajes y protagonistas. Esta parece un canto al sol de la mañana, entonado desde la entrada de una cabaña, percibiendo todo el poderío de lo natural y la minúscula dimensión del ser humano en soledad.

But time has got its way, and the trouble has got its teeth and they are sinking it.”

“Heresy and Snakes” es una de las mejores del disco, mantiene la excelencia sino la eleva en su grado. En este tema suena muy bien engrasada toda la banda, el cantante aparece mucho más acompañado y así arropado, suena más consolidado.

“Hey-O, Hi-O” es una de las más simples y cortas, construida con percusiones y pocos instrumentos mientras el cantante eleva una letanía en la que busca constantemente la rima.

“Predator” es otro punto culminante del disco, seguramente es la más comercial, la más fácil de entonar por el público, sólo hay que dejarse llevar en los coros o en el estribillo. Nuevamente la música y la voz suenan perfectamente engrasadas con un toque muy clásico, la podrían intepretar perfectamente Johnny Cash o Roy Orbison y les quedaría suprema. “Like a Predator that knew I wanted to be found”.

Llegados a este punto de calidad lo normal sería seguir por el mismo camino marcado por la anterior canción, pero “Milaak” no es continuista, arriesga en los arreglos y en el ritmo (en comparación con la anterior) y el músico entrega otra de las mejores del disco.

Para completar la obra se guarda la mejor de todas, la canción que compendia todo lo ofrecido previamente y que da título al álbum (“Hatteras”) y además es la más larga, sabiendo que la vamos a disfrutar una y otra vez y no vale la pena menguarla, y que tiene que estar al final porque si fuera la inicial costaría avanzar en la escucha del resto. Una canción sin estribillo que más que canción o poema es una historia, como todo el disco entero.

“There are gifts, and there is virtue. And there is a solace in returning to thee.


Puedes disfrutar del disco entero en “bandcamp” pero mejor te lo compras que el artista se lo merece de sobras.

martes, 8 de agosto de 2017

Kevin Morby - City Music


Kevin Morby es uno de los autores más destacados de los últimos años y lo ha demostrado continuadamente en todos sus discos. Su último trabajo, aunque parezca imposible, supera lo previamente publicado y eso que su "Singing Saw" del pasado año parecía difícil de superar, pero lo ha conseguido en una obra redonda repleta de sensaciones, referencias y homenajes.

El disco se inicia con "Come to me now", lenta, atmosférica y recitada, muy en su estilo, parece una simple continuación del anterior disco que no parece que haya acabado ni en su argumento ni en su calidad. Las percusiones suenan como ruidos lejanos de trabajadores y los teclados a veces parecen procedentes de la naturaleza. Al final hasta canta como si acabando se hubiera dado cuenta de que tiene que poner un estribillo.l ¡Magnífica!



En "Crybaby" parece Lou Reed con toda la Velvet Underground, un papel que irá retomando (en mi opinión) en otros momentos del disco. Nos hemos movido mucho desde finales de los setenta pero esta onda sigue pareciendo original y seria.


La oscura  y breve en la letra de "1234" contiene fragmentos de Jim Carroll. Es un claro homenaje a los Ramones tanto en su planteamiento musical como en su letra en la que son mencionados. Se sale de lo habitual en este músico pero precisamente por eso me parece más buena.

Vuelve por sus fueros en una "Aboard my train" intimista y probablemente autobiográfica con una voz que apostilla como haciendo comentarios en el fondo. Un breve solo de guitarra eleva el ritmo de la canción y luego se instala en la parte trasera queriendo desmelenarse para finalmente ser apaciguada por la voz y diluirse en el final.

"Dry your eyes" suena muy Stoniana, breve y repetitiva en la letra y en la música, con unos coros negroides de fondo. Suenan filigranas de las guitarras buscando el final de la canción ralentizándose hasta “Flannery” un poema de Flannery O’Connor recitado por Meg Baird que sirve como intermedio.

"City Music" es casi  instrumental y destaca por el empleo del bajo acompañado por suaves punteos de guitarra que me recuerdan a Vini Reilly. La letra tarda en arrancar y se reduce a un par de versos que actúan como un instrumento musical más. El final se desboca un poco mientras el cantante eleva el tono de la voz. Punto cumbre del disco en su canción más larga.
En "Tin Can" el cantante vuelve a tomar su posición dominante en el escenario recitando la canción hasta la parte central en la que los instrumentos se hacen con los mandos, con la sensación de asistir a una improvisación a la que luego se suma Morby y deja claro que pese a todo él canta aunque: “ I am a prisoner here, but I dont mind” y nuevamente como si se recluyera en el fondo la guitarra le acompaña en ese mutis final. En directo debe sonar brutal.

"Caught in my eye" está escrita por Darby Crash de The Germs, demostrando neuvamente que a al cantante le interesa mucho ese punk americano de los setenta. Kevin Morby la toma de ese desgarro musical original y la hace suya filtrándola y vistiéndola de terciopelo y encaje.

"Night Time" es de las más hermosas del disco, perezosa en su lentitud inicial casi acústica, quizás un poco larga pero no me molesta. Cuando va acabando me da por pensar en JJ Cale aunque por ahí dicen que tiene aromas a Neil Young. Como siempre esto depende del catador.

"Pearly Gates" también suena muy setentera y muy Velvet. Una de las pocas canciones con estribillo del disco “And I was wondering on my judgement day what I would be wearing in line for the pearly gates” y las chicas de negro de fondo dicen “uh, uh, uh”. Vamos que si quería hacer un homenaje a Lou Reed me parece de lo más adecuado. Quizás es la mejor canción del disco por eso.
La que echa el cierre del álbum “Downtown Lights” podría  resultar monótona pero a medida que avanza nos va enganchando en ese bucle característico de las canciones que siempre parece que vayan a crecer pero no lo hacen y por eso nos deja con las ganas de más.

Obra magna de Kevin Morby que se pone un listón muy alto para el futuro haciendo indudablemente uno de los discos del año.