lunes, 3 de septiembre de 2012

Los Piratas. Manual para los fieles (sin cuota obligatoria y de asistencia opcional)



Escuchar la radio, a veces sólo oírla, da múltiples alegrías cuando se va a trabajar en coche. Recuerdo la intensidad que percibí en «Promesas que no valen nada», de su disco Poligamia. Encuentros felices y por sorpresa. ¿De dónde había salido ese grupo? En fin, ¿eran de Vigo y yo sin conocerlos? Imperdonable. 

Fue a la altura de la publicación de Manual para los fieles. Es inútil decir que me hice con sus discos. Es inútil decir que Manual es una obra maestra del (perfectamente equilibrado) pop-rock emocional. No es cuestión de decir, es cuestión de escuchar. 

No estoy muy seguro, pero me parece que no había llegado antes a mi discoteca porque este grupo estaba en la categoría de los 40 principales. Caprichos del destino. No hay nada en ellos que se venda por afán. Más bien todo en ellos está a disposición del consumidor de buena música... y si tuvieron éxito y alguien se dejó vencer por los prejuicios típicos del conaisseur (esto es, del snob, o sea, el hipster, es decir...), pues lo siento por él. Soy el primero en usar de los prejuicios según mi interés. Si los tengo, pues al menos que sirvan para algo (por ejemplo, retrasé el placer de Cien años de soledad casi cien años): que el asombro de haberme equivocado me haga un pelín más humilde. 

No fue el caso. Descubrí a este grupo sin saber nada de ellos. Y hoy por hoy, con las impresionantes carreras de Iván Ferreiro y Fon Román, que han continuado procurándome experiencias maravillosas, siguen demostrando que merece la pena encontrárselos en el camino. Si pasas de los treinta, igual deberías empezar con ellos. (Como uno tiene una edad, y ellos también, su madurez me sabe a gloria. Los Piratas son más de cuando éramos jóvenes.) 

Son muy potentes, pasan de una introducción folclórica gallega (claro, es que ni siquiera puedo ser imparcial) a una guitarra gruesa pero contenida y a un mantra medio indio que parece que mantiene el aroma a bosque. Y el estribillo, con la rabia propia del rock. 

Los demonios de la noche ya se han ido. Pero mi coco se electrocuta en la estática de un frigorífico. Piano eléctrico, guitarra funky, ritmos sintéticos. Sí, venga que nos vamos. Mi coco me dice que hoy mi vida entera pasará ante mis ojos. Pero si puede ser, me dará tiempo a lanzar una canción de amor. 

Mahler no sé si está representado en el disco. Hombre, en el título de la tercera canción, no vayamos más lejos, je je, porque no creo que le gustaran las guitarras eléctricas. Las letras continúan en el terreno de las relaciones emocionales y una envidiable poética. Qué bien suena el castellano en el rock, definitivamente. Y qué bien rompen la estructura de la canción para que el clima baje, suene un acordeón y sintamos el gozo de subir de nuevo con un trémolo eléctrico y el cucu-cuchún beatlemaníaco. 

«M.» Sin más letras. Sin más palabras: una delicia. Mi amor se cae el suelo y no se queja demasiado. Pero, por dios, eso es saber lo que pueda ser la poesía en un futuro Partido Anticursi. Las armonías vocales: de ponerse a llorar. Las guitarras... ¡Es que es muy buena! (Hay una versión de Vega, ¿una triunfita, creo?, que me reconcilia con el mundo.) 

No voy a repasar todas las canciones. El disco tiene... ¡quince! ¿Será uno de los defectos de la época del cedé? En fin, rock and roll, amigos. Nuestro matadero clandestino. 

Sólo me gustaría destacar «Te echaré de menos», porque soy un alma sensible; «Tan fácil», porque empuja más los huesos y ayuda a esperar, que no es tan fácil; y «Tristura», porque cierra el ciclo y porque, ya puestos, no tiene nada que ver con el resto. Os galegos..., é o que teñen. 

Con este disco, en mi casa se ha puesto en práctica aquello de: Subir el volumen de los altavoces.

 Fecha caducada
 
 Mi coco
 
 La canción de la Tierra
 
 M
 
 Mi matadero clandestino
 
 Te echaré de menos
 
 Canción para Pris
 
 TR
 Tan fácil
 
 Comarcal al infierno
 
 Mr. Wah Wah
 
 El viaje sideral del pequeño saltamontes
 Tristura