lunes, 31 de octubre de 2011

La exposición de Robert Fripp

Cuando llueve un domingo por la mañana, hay una música que puede sonar. Caravan. Hatfield and the North. Genesis. Robert Fripp.


Si hubo un grupo de «rock sinfónico» que pudiera calificarse de siniestro, esos fueron King Crimson. Y eso, dentro de un elenco de músicos dados a la fantasía y al escapismo, representaba un transtorno. En 1974, Robert Fripp tuvo una visión. Y una crisis nerviosa, diría yo. Rompió King Crimson. Se retiró a una congregación espiritualista esotérica y regresó convertido en un hombre igual de cerebral pero con un cinismo mejor dirigido, más sincero. Fruto de esa imposible sinceridad es su autobiografía de 1978 Exposure (publicado en 1979), su único proyecto propiamente en solitario (aunque ese proyecto abarca un buen número de discos, y algunos a nombre de Daryll Hall, Sacred songs, o de Peter Gabriel, Peter Gabriel II).




Bueno, hablemos de Exposure. Empieza el disco. La voz de Brian Eno nos ofrece una novedad, cree que puede ser comercial. Voces angelicales. Inspiración. Expiración. Peter Gabriel da la salida y... suena el teléfono, se abre la puerta, se acercan pasos, descuelgan: Empieza You burn me up I'm a cigarette. ¡Es rock and roll! Robert Fripp es la caña. Canta Daryll Hall. No puede ser, no das crédito. Esto es... Se detiene, suena una voz pregrabada que nos invita a la meditación. Sigue el rock y luego... Breathless, una pieza instrumental brutal, kingcrimsoniana, de una violencia de apisonadora, yo diría que rock duro. Sin respiración.





Sería pesado repasar todas las «canciones». El disco es en parte instrumental y en parte cantado. En parte canciones y en parte un conjunto sin fisuras, que no distingue entre una pieza y otra, que hace que todo el disco represente un relato unitario y conceptual. Es una exposición de toda la música posible que Robert Fripp hiciera en el pasado y hubiere de hacer en el futuro. Hay progresivo, hay frippertronics, hay canciones deliciosas (impresionantes Mary o North Star), hay canciones desesperadas, casi blues-punk, en las que se rasga la voz de Peter Hammil y Terre Roche (Chicago, Disengage, I may not have enough of me but i've had enough of you). Hay un final maravilloso cantado por Peter Gabriel, Here comes the flood, con frippertronics y una melodía al piano.



Hace años que preparo un libro muy complejo sobre este disco. Pero hace falta escribirlo. Creo que nunca lo haré, porque nadie necesita un libro complejo sobre un disco, pero eso da la idea del valor múltiple que le doy a Exposure: desde una implicación autobiográfica hasta una importancia clave en el desarrollo de la música en torno a 1977.


El eje del disco, y su corolario, es la canción Exposure, que empieza con un leitmotiv: «Es imposible alcanzar el propósito sin sufrimiento.» Si existe algo parecido a la fusión entre funk, progresivo, punk y sensualidad dolorosa, es esto. Autoexposición. Es muy ilustrativo, para ver cómo cambia su valor, la escucha de las diferentes versiones.




Se acaba el disco con música de relajación. Brian Eno nos confiesa que todo es mentira, que todo el relato ha sido un broma. Hay risas. Se repiten las risas en disco rayado. Cuelgan el teléfono. Pasos que se alejan. La puerta se cierra.


El equilibrio entre belleza y violencia en el disco es sutilísimo. El realismo final, impropio del rock sinfónico. El resultado, una obra maestra imposible de repetir. Robert Fripp no conseguirá jamás ser tan sincero consigo mismo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Hatfield and the North. Las nubes se vuelven fantasmas al atardecer



Llevo días rebuscando en una larga lista de discos sobre los que escribir y hoy estaba decidido a hacerlo sobre el excepcional “Rattlesnakes” de Lloyd Cole and the Commotions, cuando se me han cruzado los cielos llenos de cuerpos amontonados de la portada del primer disco de los Hatfield and the North.

He pensado entonces que esta tarde de otoño parecía adecuada para la música Canterbury como aperitivo a los Commotions, y la he comenzado oyendo este disco en el que justo antes de comenzar la cara B repiten lentamente el nombre del grupo, casi riéndose de su segura falta de éxito, conscientes de que su música no es para el gran público y que su grabación va a quedar arrinconada en la marabunta de la historia de la música del siglo XX.  Un disco en el que en el preludio de “Shaving is boring” abren y cierran puertas, de forma precipitada, buscando una canción para continuar, dejándonos entrever fragmentos de canciones que surgen de forma equivocada por los quicios hasta que dan con la adecuada.

Todavía está sonando la suave voz de Richard Sinclair en “Licks for the Ladies”, mientras pienso que no me siento inspirado para describir adecuadamente este maravilloso disco, en el que las canciones se suceden sin solución de continuidad, impidiéndote saltar ninguna porque no aciertas con sus límites, obligándote a su escucha de un tirón, esperando atenta y ansiosamente la aparición de esos coros  de las “Northettes” que actúan como un instrumento musical más, como en “Lobster in cleavage probe”. He intentado volver atrás para revisar algún pasaje y me he encontrado oyendo de nuevo, sin remedio, todas las canciones del anverso o del reverso.

Un disco en el que los títulos son tan “interesantes” como “Shaving is Boring”; “Big jobs”; “Gigantic land crabs in earth takeover bid” . De tal forma que no he conseguido recordar ninguno nunca, pero del que me sé de memoria todos su pasajes musicales. Como el vibrante momento en el que tras las voces de Robert Wyatt en “Calyx” aparece Barbara Gaskin  en “Song of There’s no place like Hometown” (¡Toma título interesante!) utilizando su voz como una espada, obligándote a encoger el cuello para evitar el contacto de su acero cada vez que gira como un molinete rodeando tu cuerpo, transportándote hasta la carcajada final del grupo que cierra la cara A, seguros de ver la cara de tonto que se te ha quedado tras hacerte hervir a fuego lento tantos sentimientos con su música.




Un disco que me siento incapaz de describir mientras va cayendo peligrosamente la noche y se van adicionando a su audición espectros (como los de la portada) que, a mi alrededor, comienzan a danzar al ritmo de las notas un hipnótico ballet de recuerdos de hojarasca crujiendo bajo mis pasos, de aroma a castañas asadas, de leña ardiendo en una pira. Ahora ya es inevitable, la oscuridad vence de nuevo a la luz, suena el teléfono en “Fol de Rol” y los aparecidos te cantan el estribillo mientras cuelgas de forma precipitada. Creías haber escapado y te han vuelto a encontrar.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Singles


Ah, los singles. ¿Dónde han ido a parar? ¿Existen? ¿Le importa a alguien?

Nunca fuimos compradores de singles. Pero hacían su trabajo. Los ponían en la radio y te hacías una idea de lo que era el disco. Supongo que eran la clave para dar a conocer nuevos valores. Ahora, ¿cómo se consigue estar al día? Sigue habiendo programas de radio, sigue habiendo quien nos guíe.

En los últimos años 70, y en los primeros 80, con el advenimiento del punk, hubo una renovación fundamental en el pop. Más allá de la agresividad y del «hazlo tú mismo», más allá del «no future», estaban los músicos que aprovecharon la ola de escupitajos y se hicieron con un hueco que probablemente no se hubiera abierto sin el punk. Eran músicos, no delincuentes aficionados. Provenían del pub-rock, escribían letras que no necesariamente debían ser gritadas.

Pocos punks han sobrevivido (literalmente, muchos han muerto, y algunos, encima, se han convertido en mitos: ¿Cómo se puede aceptar un mito como Syd Vicious?). Pero estos tres siguen vivitos y coleando y han hecho mucha y muy buena música. Representaban la «nueva ola», y creo que tuvieron mucha influencia en el pop español.



Elvis Costello: la primera canción que escuché de él. De esas que buscaba en el cassette con el FForward y el FRewind. Hala, venga a darle vueltas a los cabezales. Ponla otra vez. ¿Qué dice? No tengo ni la menor idea, pero esa voz es la más chula del barrio, y si pudiera, hablaría con la misma seguridad. Eh, tío, «No quiero ir a Chelsea». No es pop blando. Tiene una seguridad rítmica que te lleva en volandas. El Buddy Holly del Cotolengo de los 80, cuando los pantalones no tenían por qué bajar más allá de los tobillos y cuando llevar calcetines blancos a la vista podía ser cool.




Y Joe Jackson. La primera también. La que te hace soñar un disco entero, la que hace que pienses que hay un nuevo tipo en la ciudad y que tendrá suficientes balas para dar en la diana de los corazones enamorados y contrariados. «¿De verdad está ella saliendo con él?» (Atención: temazo. Ahora me acuerdo de «La Playa», de Los Planetas, de tema parecido. Temazo también.) Algo no va bien por aquí. Algo no va bien. Ritmo entrecortado. Ahora acelero, ahora vuelvo al redil. Una estructura de canción perfecta.





Y Graham Parker. Una de las primeras que escuché. También catapultada una voz de hombre curtido. «Hey, Señor, no me hagas preguntas», no pienso contestarlas. Soy un duro, colega, y tú no eres el dios de nada. Es el tiempo de las chapas. Las llevábamos en la solapa de la chaqueta o de la chupa. (Yo llevaba de Joy Division, de B'52 y de Japan. ¡Menuda mezcla!) Quitas a un dios del pedestal y te pones una chapa. Verdaderamente, la juventud es capaz de todo.


sábado, 8 de octubre de 2011

Greetings from Asbury Park. Canciones del Turó de la Peira


La primera canción que oí de Bruce fue una versión (de largo mucho mejor que la original). Los Manfred Mann’s Earth Band rompían la noche  desde la radio “cegados por la luz”. Tardé tiempo en saber que esa excepcional interpretación tenía otro autor. También me costó tiempo constatar que la incendiaria Patti Smith y su “Because the night” pertenecían a otro amo. 

Tampoco fue el primer disco que compré de el “Jefe” aunque llevaba tiempo oyéndolo por la radio. No os lo creeréis pero estuvo años descatalogado. Vendió pocos ejemplares cuando salió en España, incluso en los USA tuvo alguna crítica negativa. No es una obra maestra, no es el mejor disco de Springsteen pero... es el mejor disco de barrio.  A mí me recuerda al mío, a sueños de jóvenes de barrio periférico, muchos de ellos truncados por la aplastante realidad de la vida y de la muerte. Tiene algo que ahora no se encuentra en sus discos: intensidad, autenticidad, sentido. Ninguna canción es de relleno. ¡Te lo crees!... Ahora ya no. Sigue siendo excepcional como intérprete y autor pero miente, nada de lo que cuenta es cierto. Ya no es de barrio (yo tampoco) ha sido absorbido por el sistema (nosotros también) y entre su mierda subsiste y se nutre, se pasea con sus amigos de vez en cuando para engañarnos y mantener hibernada nuestra conciencia periférica que podría ser peligrosa en su despertar.

Es un disco oscuro desde su inicio en la cara A “Cegado por el resplandor de la luz”, pese a ello vibra con fuerza solo perceptible con los ojos cerrados. La banda es increíblemente compacta pese a su bisoñez. Para mí destacan los teclados de David Sancious y, por supuesto, la potencia de Clarence Clemons en los metales y los coros y ¡como no! la voz desgarrada de Bruce “Creciendo” o “Perdido en la inundación” (una de las más emocionantes de este cantante).


El disco simplemente te destroza, tiene una contenida violencia solo comprensible para chicos de barrio. Esa violencia rebelde que produce no tener nada, ni nada que perder, que nace en el desamparo de la calle, del aprendizaje del “golpea tu primero”, de la demostración constante de que no eres un cobarde y que estás dispuesto a demostrarlo de forma continuada. A veces ese sentimiento acaba domado (como nosotros con los años), muchas veces muerto. Ese desespero está presente especialmente en la cara B en “The Angel” o “For you”, dos canciones consecutivas que no he podido separar nunca, una de ellas sencillamente desgarradora (sin entender la mayor parte de la letra) y con unos segundos finales instrumentales de escalofrío.

“I came for you, for you, I came for you
but you did not need my urgency
I came for you, for you, I came for you
but your life was one long emergency
and your cloud line urges me
and my electric surges free”


La continuación con Spirit in the night, una sinfonía clásica de este autor sirve de anuncio para una declaración franca  final “Es difícil ser un santo en la ciudad” y especialmente en un barrio periférico de niños que “van a Barcelona” cuando cogen el Metro. Otra con violento final edulcorado en el disco pero excitante y acelerado en vivo.

Por mucho que se esfuercen todos los pijos que ahora veneran al “Boss” (¡Que asco me da este apodo!) no entienden nada de lo contenido en este disco que todavía nos pertenece (por suerte) a los chicos de barrio, a los verdaderos dueños del Rock and roll, a los auténticos traidores de sus sueños.